miércoles, 2 de abril de 2014

Donde la energía prosigue su curso


Hace mucho tiempo que no cuelgo nada por aquí (unos dos meses), pero vayamos despacio y por partes:

>>El cuadro que figura arriba es de mi madre. Puede verse en la exposición "Bicentenario de la Diputación de Zamora, 200 años de arte", si mis datos son correctos. No sé mucho más al respecto. La última vez que estuve en Zamora ni siquiera tuve oportunidad de ir a la Diputación. Ignoro hasta qué fecha estará abierta. Esas tres manchas blancas no son de la pintura, obviamente, sino de la fotografía: ya estaba rota cuando me la dejaron.

>>He tardado un par de meses en volver a poner aquí un post por varios motivos. Uno de ellos es que continúo trabajando en los dos libros que giran alrededor de mi madre y de su enfermedad (y no hay tiempo para todo: son demasiadas tareas, las que me impongo a diario). Algún día de éstos los publicaré; todo consiste en tener paciencia y hacer las cosas despacio. El segundo motivo es que recordar a alguien que ha muerto es agotador, incluso aunque hayan pasado ya unos años. Recordar cansa. Es agradable ejercitar la memoria y ver viejas fotos de los seres queridos que desaparecieron, pero es un arma de doble filo porque, mientras te recreas en los recuerdos agradables, también te hieres. Te haces daño. Y yo tal vez necesitaba un respiro: no de saborear los recuerdos (algo que hago a diario), sino de poner imágenes y versos por aquí y contar anécdotas.

>>La noticia de esa expo no es la única excusa para actualizar este blog. Algo sucedió hace unos días: murió la editora de El Gaviero Ediciones y madre de Luna Miguel. También perdió la batalla contra el cáncer y también se llamaba Ana (Ana Santos Payán, más conocida como Ana Gaviera: en la fotografía de abajo). No la conocí en persona: sólo nos seguíamos en las redes, alguna vez comentamos algo mutuamente. Nada más. Pero se puede lamentar la desaparición de quien no conoces en persona y a la vez admiras. Y yo admiraba a esta mujer: su labor en el territorio de la poesía independiente fue digna de elogio y de premio. Meses atrás compré Vomit, la antología que El Gaviero publicó el año pasado, y la edición es exquisita. Lo he sentido mucho por ella y también por su familia. Y además, joder, que tenía mi edad: Ana Santos nació en el 72. Miro sus fotos y sé que es la clase de madre que se habría llevado bien con mi madre. Me atrevo a decir que en ambas había (hay) ese toque de rebeldía y de fuerza y de constancia que ilumina los ojos de algunas mujeres. Su fallecimiento ha despertado otra vez, en mí, el recuerdo de aquellos días de invierno en que expiró mi madre. No creo en el cielo. Pero creo que quizá existe un más allá donde la energía prosigue su curso, donde a cada uno nos será posible recuperar a quienes perdimos. Ahora mismo fantaseo con que Ana y Ana se encuentran por casualidad en ese limbo y charlan. Y fuman. Y sonríen.