lunes, 19 de diciembre de 2016

19 de diciembre de 2016


Se cumplen hoy 6 años de la muerte de mi madre. 2016 ha sido extraño porque fallecieron 3 estrellas de la música que ella tenía en un pedestal. Podría afirmar que, de los que estaban vivos en los últimos años, eran sus favoritos (junto a Slash, Lou Reed, Mick Jagger y Keith Richards). Prince, David Bowie y Leonard Cohen cumplían todos los requisitos: le gustaban como hombres, le gustaban como tipos raros y elegantes, le apasionaban las canciones de los 3. Purple Rain, I'm Your Man y The Rise and Fall of Ziggy Stardust fueron 3 de los discos (¡en vinilo!) que más me hizo pinchar en el bar que tuvimos, Pasarela. De estas desapariciones de 2016, creo que la que más me afectó emocionalmente fue la de Bowie porque sus canciones me llegan más que las de Prince, y lo de Cohen más o menos lo esperaba porque ya iba sonando por ahí que estaba enfermo y le quedaba poco. ¿Cuál de estas pérdidas le hubieran afectado más a mi madre, si las hubiera vivido? Supongo que la de Prince, que era el más joven (murió con 57 años, y mi madre lo hizo con 56). Estaba previsto que, en 2016, también se publicara en papel mi libro Ansiedad, la tercera parte de mi trilogía, donde escribo sobre ella, pero de momento sólo ha salido en digital. Por lo demás, he podido comprobar en estos años que a la gente le incomoda hablar de mi madre... Es como un tabú, algo que ya no sucede con otros familiares perdidos, como tíos o abuelos. Supongo que tendrán que pasar unos cuantos años más para estabilizar las cosas.





martes, 26 de julio de 2016

26 de julio de 2016


FELIZ CUMPLEAÑOS


Nota: en el último año sólo he anotado aquí un par de cosas. Prometo actualizar más el blog, pero tenía razones para alejarme un poco: primero porque se me estropeó el escáner y hasta hace unos días no hemos comprado otro (y aún tengo bastantes fotos para escanear); segundo porque me propuse -y por fin logré- terminar "Ansiedad", la tercera novela de mi trilogía (he tardado años en completarla porque apenas tengo tiempo para escribir... entre colaboraciones, colegio y demás tareas); y tercero porque volver a menudo sobre una herida te aplasta... Así que necesitaba un respiro. Volveremos por aquí poco a poco.

miércoles, 15 de junio de 2016

El regreso


Anoche soñé con mi madre. Había decidido darle un giro total a su vida y nos anunciaba que se iba de viaje, sin destino fijo, sin fecha de vuelta. Nosotros aceptábamos su determinación sin protestar. Después transcurrían dos años justos, pero en el sueño eran apenas unos segundos gracias a esa inmediatez cinematográfica y a los saltos espaciotemporales propios de lo onírico. Anunció su regreso y mi hermana y yo fuimos a recogerla. Mi hermano no había podido venir, no recuerdo el motivo. La dársena estaba junto a un puerto y así era el ambiente exterior: gaviotas, oleaje, bullicio de pasajeros, bocinas de barco… Llegábamos al lugar cuando ya había salido del vehículo. La vimos a lo lejos, junto a su equipaje, sentada en el suelo, esperando, apoyada en el muro de un edificio de una planta en el muelle. Mi hermana corrió a abrazarla. Yo caminé sin prisa hacia ella, disimulando mis ansias de verla para parecer un tipo duro. Los tres lloramos y reímos, pero no demasiado, para no caer en telenovelas ni en sentimentalismos. Los cambios, tras dos años de periplo por el mundo, eran evidentes en su físico: se había cortado el pelo, la piel estaba tostada, muy morena, y a través de la camiseta se le discernían las costillas. La referencia física no es anómala porque estos días estoy leyendo El cielo protector (de Paul Bowles) y mi memoria evoca en cada página a la actriz de la película inspirada en la novela que rodó Bernardo Bertolucci en los 90: Debra Winger aparecía de esa guisa para interpretar a Kit Moresby y su imagen se cuela en mi lectura y es obvio que se inmiscuyó en mi fantasía nocturna. Pero al mismo tiempo ella, en mi sueño, era un calco de mi hermana en aquel verano de nuestra infancia en el que mis padres le cortaron el cabello como a un chico. Y, a la vez, su físico también recordaba un poco a los primeros días de la quimioterapia, cuando fue a la peluquería a sacrificar su melena y empezó a adelgazar en su descenso al abismo. La historia que se montó en mi cabeza mientras dormía termina ahí: abrazos, lágrimas, sonrisas… Es el perjuicio de los buenos sueños: al despertar uno descubre que la realidad es otra, porque ella murió hace cinco años y medio y no hay regreso posible. Pero también es su virtud: sólo en los sueños puedes volver a reunirte con tus muertos, que en esa zona de nuestro descanso están vivos, como si todos hubiéramos vuelto al tiempo en el que todo parecía posible, incluso burlar a la enfermedad.


[Nota: lo anterior no es un relato, no es una fantasía, no es una invención]