Había escrito palabras tales como “hiperansioso” o “desamparado” sin jamás sospechar que un día sería un hijo que tendría miedo a la muerte de su madre. Me decía a mí mismo que uno escribe sólo para su madre, que la escritura y la madre están ligados, que un escritor dedica sus páginas, no a la que ha envejecido cuando está él mismo en edad de escribir y de publicar, sino a la mujer joven que lo trajo al mundo, a aquella de la que lo separaron el día de su nacimiento.
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