En casi todos los
rincones con los que topo habitualmente (la pantalla de mi móvil, el mueble en
el que tenemos el teléfono fijo, el blog que enlaza con este otro blog,
etcétera) suelo tener esta foto de mi madre. No sé si he dicho ya las razones
que me mueven a estar obsesionado con esta imagen. Pero tampoco pasa nada por
repetirlo, si es que ya lo he dejado escrito. Bien, lo cuento. Desde que me
mudé a Madrid, por lo general viajábamos una vez al mes a Zamora (a veces más,
a veces menos, dependiendo de tareas, obligaciones, festejos y vacaciones), y
por tanto yo me comunicaba a menudo con mi madre por teléfono. Por el móvil. De
modo que la imagen que perdura en mi mente, después de los años, toda vez que
la evoco, es ésta: sujetando su teléfono, pegado a la oreja, sonriendo un poco
mientras hablamos (sonriendo incluso aunque las cosas vayan mal). Estos días
estaré fuera, de viaje, y esta imagen no será una excepción: pensaré en ella al
teléfono, preocupada por su hijo, que aún no ha llamado todavía, pero que
acabará haciéndolo.
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