lunes, 10 de enero de 2011

Para qué sirven los charcos


Tomás Sánchez Santiago, poeta y amigo y escritor zamorano, y uno de los retratados por Ana, utilizó como ilustración de portada (para uno de sus mejores libros) un cuadro de nuestra madre, perteneciente a un tríptico que ya pondremos por aquí. La niña de espaldas es ella.

2 comentarios:

  1. Recuerdo un día que llovía, íbamos mi madre, una amiga suya (Amalia) y yo, salíamos del bar,y había un charco enorme, yo lo miré con ganas de saltarlo pero no dije nada, no me atreví, mi madre me miró, miró a Amalia, me cogió fuerte de la mano, me miró y me dijo:"¿Saltamos?", y nos empapamos enteras las tres...
    Tuvimos que cambiarnos enteras de ropa, nos mojamos hasta las bragas...
    ¿Para que sirven los charcos?
    Para saltarlos con tu Madre...

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  2. Eastuve en el taller de Ana cada vez que me llamaba para un retrato que quiso hacerme en vistas a una exposición. Ella me avisaba y yo iba desde León. Recuerdo que tomábamos té y charlábamos de esas cosas inverosímiles que salen cuando el espacio y la situación lo ponen fácil. Tenía en los ojos el mapa de la inocencia; y en el corazón, acaracolada, mucha ternura como de fieltro espumoso que enseguida se le notaba. Las sesiones eran pesadas, largas, estáticas. Ella las aliviaba con su charla miesntra trabajaba. A lo largo de esas tardes, ante mí, estaba ese tríptico de la niña de espaldas encogida suavemente bajo el paraguas en una calle muy llovida. Yo miré y miré esa pintura, que acabó por "estar realmente" allí, con nosotros. Los largos silencios que Ana Franco imponía a veces me ayudaban a "entrar" yo en aquella calle, a coger a aquella niña de la mano para ayudarla a cruzar (ahora leo el comentario de Mónica y sé que era ella, su hija, a quien yo miraba desde atrás). Un día le dije que me hablase del cuadro. Y aquello me puso de otro modo, mejor aún, ante él. Entonces no tuve duda ninguna de que iba a ser la cubierta del libro que iba a publicar poco después. Yo veía, yo oía aquel cuadro, el idioma de la lluvia en batería apagada sobre el paraguas. Y quise tenerlo siempre cerca. Ahora ya sé que Ana estará también siempre ahí, en el miedo de una niña a cruzar una calle mojada, quizás la propia vida.

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